sábado, 24 de mayo de 2008
No lo niego, me gusta
Algunos días aparece él. Viene por detrás me abraza y me besa en el cuello, intentando hacerme creer que la noche ha significado algo. Otras mañanas viene ella..., me acaricia las piernas y posa sus labios en los míos, y parece que me hace creer que todo lo ocurrido no ha significado nada. Algunos días, al despertar me siento sola, ni si quiera se acerca nadie a hacerme creer nada. No viene nadie a engañarme. No viene nadie a acariciarme lascivamente intentando transmitir algo de dulzura y compasión. Esos días oscuros de verano cojo la agenda y reviso todos los teléfonos. Ellas. Ellos. Leo y releo y escojo uno, uno de esos en los que existe una crucecita sobre su número. Sólo señalo aquellos que merezcan la pena. Señalo los que se despidieron con un "ha estado muy bien, cuando quieras repetir llámame..." Señalo los que me hicieron pronunciar un "cómo lo come" o un "nunca antes me habían follado así"... Escojo un número, marco y llamo. "Hola, soy Severyn, me preguntaba si te apetecería venir a tomar un café conmigo". Cuando cuelgo me pregunto porqué no utilizo una frase como: "Hola, soy Severyn, esa guarra a la que te follaste una noche, que permitió que te corrieras sobre ella una y otra vez mientras el semen resbalaba por su barbilla... me preguntaba si podrías venir a follarme". Supongo que cuando acceden a ello es porque todo esto se sobreentiende. La putita necesita un polvo... La putita necesita comer... La putita necesita sexo... La putita desea... y no lo niega.
viernes, 9 de mayo de 2008
Superación
Me gustó. Me gustó muchísimo llevar yo el control, verlo enloquecer debajo de mí. Saber que estaba haciendo mi trabajo y que lo estaba haciendo bien. Cuánto me gustaría poder explicar lo que siento cuando me folla.
Ya ni me importa llegar al orgasmo. Me basta con que llegue él, que me diga que he de tener un máster en comer pollas segundos después de haberse corrido en mi cara.
Y es todo tan clandestino que a veces asusta. Pero me gusta.
Me gusta porque después, al llegar a casa, puedo dormir profundamente. Me gusta porque lo que me hace me lo hace de puta madre, me gusta porque soy mejor que cualquier otra... y lo sé. Me gusta porque enloquece, porque no puede ceder a la tentación de desnudarme y recorrerme con sus manos. Me gusta porque no siento nada en absoluto por él, porque es todo fácil. O eso parece hasta que amanece.
Me gusta saber que quiere que me quede a dormir aunque yo siempre le digo que me gusta jugar con él, pero que “ahora debo volver a casa”.
Siempre parece la última vez, pero tarde o temprano volveremos a caer.