Hay gente que dice que para vivir con una persona toda la vida no basta con eso. No basta con follar. Dicen que hay que sentir bichos volar por el estómago, sentir nervios y que salgan chispitas de los ojos. Sólo me pasó una vez, pero duró demasiado tiempo. Quería quitarme las tripas, quería morir de sobredosis de valerianas para calmar los nervios y deseaba que alguien me arrancara los ojos para así no volver a verle más. Observaba todas las parejas que había a mi alrededor. Estaban putrefactas. Las mariposas no existían, al igual que la pasión. Todo aquello que llaman amor se había desvanecido, se había muerto. Y sin darse cuenta, todas esas parejas seguían unidas por una misma necesidad: follar. Y de alguna forma, volvían a lo que eran cuando tenían diecinueve años. En el fondo, volvían a desear ese sentimiento que surgía al caminar sin ropa interior por la calle, al despertar con alguien diferente cada domingo, al emborracharse de placer. Quieren volver a sentir la libertad en su carne y en su corazón.
Por eso me gusta follar. Y a veces me da igual dónde y con quién. Simplemente quiero follar. Probar, pasar a la siguiente casilla y ver qué me espera. Porque de esta forma me siento libre.